LA PROBLEMÁTICA PERSONAL Y PROFESIONAL DEL TRADUCTOR
Comencemos con un
diálogo frecuente para quienes trabajamos en esta profesión.
—Hola, ¿de qué trabajas?
—Soy traductor/a.
—¿Cómo? —responde el interlocutor o se queda en silencio y desconcertado, sin
saber qué decir.
Otros se atreven a hacer alguna broma sobre un ámbito que desconocen por
completo con el fin de congraciarse con nosotros; pero desde luego no nos causa
ninguna gracia. Y ni hablar de aquellos que nos responden: “¡Ah, sí, yo también
traduzco! Solo hay que buscar en el traductor de Google y listo”. Si las bromas
no nos causan gracia, debemos reconocer que esto último nos molesta… y mucho,
sobre todo porque desmerece y menosprecia nuestra profesión. Si bien el
traductor de Google puede ser una herramienta útil en ciertos momentos, no es
totalmente fiable. De hecho, pocas veces acierta con exactitud.
Tampoco falta aquel que nos contrata para traducir el material escrito de su
ministerio y se empeña en corregirnos algunas palabras, porque “en su país se
dice así”. Como la vez que casi tuve que resignarme a escribir sin tilde el
término que usamos para referirnos a ese hermoso árbol de gran porte y follaje
y flores tubulares de color azul violáceo, llamado “jacarandá”; una palabra
aguda, que como tal lleva tilde en la última sílaba, mientras que sin ella
significa: “guapo, baladrón, jácaro”. ¡Vaya diferencia!
El proceso de traducción es mucho más largo y complejo de lo que se cree. Quien
dice: “Para mí es fácil” es porque probablemente no lo esté haciendo bien”,
mencionó Leticia Calçada en este mismo encuentro el año pasado. Se sorprenderían
de ver la larga lista de “favoritos” y todas las ventanas que mantenemos
abiertas en nuestra computadora mientras trabajamos, y mucho más cuando el
texto contiene frases destacadas de otros escritores famosos de la antigüedad,
refranes, chistes (que tienen sentido en inglés, pero no en español),
referencias culturales o ilustraciones sobre béisbol, críquet u otro deporte
desconocido para nosotros. En tales ocasiones, interiorizarnos en la cultura
del escritor es indispensable para no hacer una traducción literal
incomprensible, sino adecuar el mensaje a la cultura del idioma de destino. A
tal fin, no tenemos más remedio que hacer un curso acelerado del tema o deporte
en cuestión o, al menos, consultar distintos sitios web, diccionarios, léxicos,
glosarios, obras de referencia o textos paralelos.
Además, lamentablemente, contamos con muy mala fama… y a veces, ¡con razón! No
falta el que nos diga que se acuerda de nosotros cada vez que ve subtítulos de
las películas mal traducidos o ciertos carteles con aberraciones tales como:
¡Atention! Use caution: Atención, utilice el cuidado o Tennis Court Rules: La
cancha de tenis gobierna o Exit Only: Éxito aquí… y la lista sigue. Si bien
estos errores parecen ser fruto de un programa informático de traducción, hay
otros que son meramente humanos.
Es probable que hayan escuchado a alguien comentar que un amigo le tradujo un
texto escrito en inglés, porque se crio en EE.UU. o porque vivió muchos años en
tal o cual país. Sin embargo, no toda persona bilingüe está capacitada para
traducir. La diferencia entre hablar dos idiomas y expresarse castizamente por
escrito puede ser tan delgada como abismal. Cuando se requiere ir más allá de
la comprensión de la lengua, para redactar correctamente según las reglas ortográficas
y gramaticales y emplear una gran variedad de vocabulario y recursos
lingüísticos, se corre el riesgo de no poder transmitir el mensaje del autor
con fidelidad, mucho menos con excelencia.
Por otro lado, aunque trabajamos con la ciencia del lenguaje y debemos tener un
conocimiento bastante completo de nuestros idiomas de trabajo, no somos
diccionarios andantes. No obstante, algunos nos preguntan el significado de
palabras y expresiones complicadísimas sin ningún contexto e incluso otros se
atreven a preguntarnos cómo se dice en inglés tal o cual cosa, y esperan una
respuesta que satisfaga su curiosidad al instante. No siempre podemos dar una
respuesta inmediata; pero con un poco de tiempo para hacer las averiguaciones
pertinentes, deberíamos estar en condiciones de dar una respuesta adecuada.
Como si todo esto fuera poco, no faltan aquellos que quieren aprovecharse de
nuestra buena fe y profesionalismo, y nos escriben con la intención de
estafarnos o no cumplir con su responsabilidad de pago. De más está decir que
este tipo de experiencias no solo nos ofusca y nos produce mucha impotencia,
sino que también nos causa una pérdida de tiempo (muy valioso para nosotros) y
a veces de dinero.
Seguramente, cada uno de ustedes tendrá su propia lista de frustraciones y
vivencias propias del ejercicio de nuestra profesión; pero es muy probable que
todos concordemos en un hecho: la tarea del traductor autónomo, todo el día
parapetado detrás de una computadora y encerrado en casa, es muy solitaria. El
contacto con el mundo exterior dentro del ámbito profesional suele limitarse a
la relación con los clientes a través del correo electrónico, ¡sin ni siquiera
oír la voz de la otra persona como cuando hablamos por teléfono! En estas
condiciones, no es extraño sentirse aislado del mundo, sin nadie con quien
identificarse y poder conversar de los temas que nos interesan y preocupan.
Sí, debemos reconocer que los traductores somos el eslabón invisible y, por
momentos, olvidados de la cadena editorial. Sin embargo, ya no vivimos en la
Inglaterra de los siglos XIV a XVI, cuando algunos traductores religiosos como
John Wycliffe y William Tyndale fueros declarados herejes y condenados a morir
en la hoguera. ¿Su delito? Traducir obras del latín al inglés, que no vieron
con buenos ojos las autoridades eclesiásticas de la época.
Hoy, en cambio, podemos dar gracias a Dios por la oportunidad que nos brinda
Expolit y SEPA de encontrarnos para conocer en persona a otros traductores y
redactores y darnos cuenta de que detrás de una obra escrita o un libro
traducido hay personas de carne y hueso, que sienten, piensan, padecen y sí,
también disfrutan. Sin dudas, este encuentro también es un momento propicio
para desarrollar relaciones personales y profesionales y aprender unos de
otros.
Finalmente, quiero animarlos a cumplir con diligencia y esfuerzo nuestra labor
de traductores, redactores y correctores de prueba, y a hacer buen uso del
privilegio de ser instrumentos en la difusión de la Palabra de Dios a través de
la pluma de distintos autores, predicadores y conferencistas cristianos. Como
bien dijo Alicia Güerci el año pasado: “Somos misioneros a todo el mundo desde
nuestro escritorio”.
Les dejo estas palabras del apóstol Pablo para que reconfortemos nuestro
espíritu: “Hermanos míos amados, estad firmes y constantes… sabiendo que
vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Co. 15:58).
Rosa Pugliese